No intentes estudiar la más alta de todas las ciencias, si no has resuelto de antemano,
entrar en el sendero de la virtud, porque los incapaces
de sentir la verdad no comprenderán mis palabras.
Unicamente quienes entran en el reino de Dios comprenderán los misterios divinos y
aprenderán la verdad y la sabiduría, en proporción a su capacidad para recibir la luz
divina de la verdad. Para aquellos cuya vida consiste únicamente en la mera luz de
su inteligencia, los misterios divinos de la Naturaleza no serán comprensibles,
porque sus almas no oyen las palabras que pronuncia la luz. Unicamente quien
abandona su yo personal, puede conocer la verdad, porque la verdad sólo es
posible conocerla en la región del bien absoluto.
Todo cuanto existe es producto de la actividad del espíritu. La más alta de todas las ciencias
es aquella por cuyo medio aprende el hombre a conocer el lazo de unión entre l
a inteligencia espiritual y las formas corpóreas. Entre el espíritu y la materia no
hay definidas líneas de separación, pues entre ambos extremos se
interpolan todas las gradaciones posibles.
Dios es Fuego que irradia purísima Luz. Esta Luz es vida y, las gradaciones
entre la Luz y las Tinieblas, trascienden a la comprensión humana. Cuanto más
nos aproximamos al centro de la Luz, tanto mayor es la energía que recibimos y tanto
más poder y actividad resultan. El destino del hombre es ascender hasta el
centro espiritual de Luz. El hombre primordial era un hijo de la Luz. Permanecía
en un estado de perfección espiritual muchísmo más alto que el presente, en que
ha descendido a un estado más material en una grosera forma corpórea. Para
reascender a su primera altura ha de retrocecer en el sendero por el que ha descendido.
Cada uno de los seres animados de este mundo, recibe su vida y actividad del
poder del espíritu. Los elementos groseros están regidos por los más sutiles y,
éstos, a su vez por otros que los aventajan en sutileza, hasta llegar al poder
puramente espiritual y divino y, de este modo, Dios influye en todo y lo gobierna
todo. El hombre posee un germen de poder divino que, desarrollado, puede
convertirse en árbol de admirables frutos; pero este germen puede únicamente
desenvolverse por la influencia del calor radiante del flamígero centro del
gran sol espiritual y, en proporción a lo que nos aproximamos a la luz, recibimos dicho calor.
Desde el centro o Causa suprema y originaria, irradian continuamente poderes
activos que se infunden en las formas producidas por su eterna actividad y,
desde estas formas, irradian otra vez hacia la Causa primera, constituyendo
una cadena ininterrumpida en donde todo es actividad, luz y vida. Por haber
abandonado el hombre la radiante esfera de luz, se ha incapacitado para contemplar
el pensamiento, la voluntad y la actividad del Infinito en su unidad y, hoy, tan sólo
percibe la imagen de Dios en una multiplicidad de variadas imágenes. Así es que
contempla a Dios en un número de aspectos casi infinito; pero Dios permanece
Uno. Todas estas imágenes deben recordarle la exaltada situación que un
tiempo ocupó y, a conquistarla, deben tender todos sus esfuerzos. A menos
de que se esfuerce en ascender a mayor altura espiritual, irá sumiéndose cada
vez más profundamente en la sensualidad y, le será entonces mucho
más difícil, recobrar su pristísimo estado.
Durante nuestra actual vida terrena, nos encontramos rodeados de peligros y,
para defendernos de ellos, es muy débil nuestro poder. El cuerpo material
nos mantiene encadenados a la sensualidad y, mil tentaciones, diariamente
nos asaltan. Sin la reacción del espíritu, la naturaleza animal del hombre
rápidamente lo sumiría en el cieno de la sensualidad. Sin embargo, el
contacto con lo sensual le es necesario al hombre, pues le proporciona
la fuerza sin la que no podría progresar. Por el poder de la voluntad se
perfecciona el hombre y, quien identifica su voluntad con la de Dios,
puede, aun durante su vida en la tierra, llegar a ser tan espiritual, que contemple
y comprenda la unidad del reino de la mente y logre cuanto se proponga; porque,
unido con el Dios universal, suyas son todas las fuerzas de la Naturaleza, y en
él se manifestarán la armonía y la unidad del Todo. Vive entonces en lo eterno y no
se halla sujeto a las condiciones de espacio y tiempo, porque participa del poder
de Dios sobre los elementos y fuerzas de los mundos visible e
invisible y tiene la conciencia de lo eterno.
Dirige todos tus esfuerzos a cultivar la tierna planta de la virtud que crece en lo
íntimo de tu ser. Para facilitar su desarrollo, purifica tu voluntad y no permitas que te
alucinen las ilusiones de los sentidos y, a cada paso que des en el sendero de
la vida eterna, encontrarás un aire más puro, una nueva vida, una luz más
clara y, en proporción a tu ascenso se dilatará tu horizonte mental.
La inteligencia no conduce por sí sola a la sabiduría. El espíritu lo conoce todo,
sin embargo nadie lo conoce. La inteligencia sin Dios enloquece, se engríe en la
propia adoración y rechaza la influencia del Santo Espíritu. ¡Ah! ¡Cuán
decepcionante y engañosa es la inteligencia sin la espiritualidad! ¡Cuán
pronto perecerá! El espíritu es la causa de todo y, ¡Qué pronto se apagará la
luz de la más brillante inteligencia, si no la avivan los vitales rayos del sol espiritual!
Para comprender los secretos de la sabiduría, no basta teorizar sobre ellos, sino
que principalmente se necesita sabiduría. Sólo es verdaderamente sabio quien
se conduce sabiamente, aunque no haya recibido la menor instrucción intelectual.
Para ver necesitamos ojos y, para oír, oídos; así,
para percibir las cosas del
espíritu, necesitamos percepción espiritual. El espíritu, no la inteligencia, lo
vivifica todo, desde el ángel planetario hasta la ameba del fondo del océano.
La influencia espiritual siempre desciende y nunca asciende, es cedir, simpre
irradia del centro a la periferia, pero jamás de la periferia al centro. Así se explica
que, siendo la inteligencia humana efecto de la luz del espíritua que brilla en
la materia, no pueda trascender jamás la luz del espíritu. La inteligencia sólo será
capaz de comprender las verdades espirituales, cuando su conciencia entre en
el reino de la luz espiritual. Esta es una verdad rechazada por la gran mayoría de los
intelectuales, porque no pueden ascender a un estado superior del que se hallan
y, consideran todo cuanto no está a su alcance como vaguedades y sueños
ilusorios. Por lo tanto, su comprensión es oscura y, en su corazón, anidan
las pasiones que no les dejan ver la luz de la verdad. Quien forma un juicio
por lo que percibe con sus sentidos corporales, no puede comprender las
verdades espirituales y se aferra a su ilusorio yo personal, repugnando
las verdades espirituales, porque destruyen su personalidad. El instinto natural
del yo inferior del hombre le impulsa a considerarse como independiente
del Dios universal. El conocimiento de la verdad desvanece la ilusión y, por
lo tanto, el hombre sensual odia la verdad.El hombre espiritual es hijo de la
Luz. La regeneración del hombre y su vuelta al estado de perfección, en que
sobrepuja a todos los seres del universo, exige el desvanecimiento de cuanto
oscurece y eclipsa su verdadera naturaleza interna. El hombre es, por
decirlo así, un fuego concentrado en el interior de una cáscara material y
grosera. Su destino es abrasar en este fuego la naturaleza animálica y reunirse
con el flamígero centro, del que es como una chispa, durante la vida terrestre.
Si la conciencia y la actividad del hombre hállanse continuamente
concentradas en las cosas externas, la luz que irradia de la chispa divina desde
el interior del corazón, va debilitándose poco a poco y desaparece finalmente;
pero si se alimenta y aviva el fuego interno, destruye los elementos groseros,
atrae a otros sutiles que hacen al hombre más y
más espiritual y actualizan sus
potencias divinas. No sólo se acrecienta la actividad interna, sino
también la receptividad a las puras y divinas influencias y ennoblece
por completo la constitución del hombre, hasta que lo
convierte en el verdadero rey de la creación.
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