lunes, 23 de mayo de 2011

EL PÉNDULO DE LA ALEGRÍA Y DE LA TRISTEZA


 

Este drama trata igualmente de una de las antiguas leyendas. Estos mitos fueron
transmitidos a la humanidad por las Jerarquías divinas que nos guían por el camino del
progreso por medio de imágenes, para que así la humanidad pudiera de manera
subconsciente absorber los ideales por los cuales tenía que luchar en vidas posteriores.
En los tiempos antiguos el amor era brutal: la novia se compraba o robaba o era
llevada como botín de guerra. La posesión del cuerpo era todo lo que se deseaba; la mujer
no era mucho más que un mueble y sólo era apreciada por el hombre únicamente por el
placer carnal que le procuraba. La mujer no tenía medios entonces de hacer valer sus
facultades más elevadas. Esta situación debía cambiar, porque de otro modo todo progreso
humano se hubiera estancado. La manzana siempre cae cerca del árbol. Cualquier hombre
nacido de una unión en condiciones tan brutales, tiene que ser brutal a la fuerza y para
elevar la condición humana era preciso poner a mayor altura la norma del amor.
Tannhauser es una tentativa en este sentido.
Esta leyenda se llama también: “El torneo de los trovadores”, porque los bardos de
Europa fueron los educadores de la Edad Media. Eran caballeros andantes, dotados del
poder de la palabra y del canto, que viajaban de un país a otro, y eran recibidos con honores
y estimados en cortes y castillos. Ellos tuvieron una poderosa influencia en la formación de
las ideas y de los ideales del día y en el Torneo de Canto celebrado en el castillo de
Wartburg debía precisamente decidirse la cuestión — que era entonces un problema de
actualidad — de si la mujer tenía, o no, derecho sobre su propio cuerpo, un derecho de ser
protegida contra el abuso licencioso por parte de su marido, y sí ella debía ser considerada
como una compañera que tenía derecho al amor del alma, o como una esclava sometida al
dictado de su amo.
Naturalmente, cuando se trata de un cambio de cosas hay siempre alguien que
defiende lo antiguo contra lo nuevo y así hubo también en este torneo de canto de Wartburg
campeones de los dos campos.
Esta cuestión sigue todavía sin solución para la mayoría de la humanidad; pero el
principio enunciado es verdad y solamente en la medida que nos conformemos a este
principio elevando las normas del amor a un nivel más alto, puede haber un mejoramiento
de las ramas. Esto es particularmente importante para los que anhelan vivir una vida más
pura. Aunque el principio parezca una cosa tan evidente de por sí, no está reconocido aún
siquiera por todos aquellos que se dedican a profesiones elevadas. Con el tiempo, empero,
todos aprenderán que sólo considerando a la mujer como igual al hombre es posible pensar
en un verdadero desarrollo superior de la humanidad, porque
bajo la ley de la reencarnación el alma se reencarna alternativamente
en los dos sexos y los opresores de una época se
convertirán en oprimidos en la edad próxima.
La falacia de una doble norma de conducta favoreciendo a un sexo a expensas del
otro, debería ser aparente para cualquiera que cree en la sucesión de vidas por medio de la
cual el alma progresa de la impotencia a la omnipotencia. Ha sido ampliamente demostrado
que, lejos de ser inferior al hombre, la mujer le es por lo menos igual y aún muchas veces
superior en muchas ocupaciones mentales; esto sin embargo
 no se desprende claramente del
drama que nos ocupa.
La leyenda nos cuenta que Tannhauser, que representa al alma en cierto estado de
su desarrollo, ha sufrido desengaños de amor, porque su amada, Elizabeth, era demasiado
pura y joven para ser requerida por él. Suspirando con un vehemente deseo pasional, él
atrae algo de una naturaleza idéntica.
Nuestros pensamientos son como diapasones: despiertan ecos en otros que son
capaces de responderlos y el pensamiento apasionado de Tannhauser le lleva por
consiguiente a lo que es llamado: “la Montaña de Venus”.
Igual que en “El Sueño de una noche de Verano” de Shakespeare, este relato de
cómo él encuentra la Montaña de Venus, cómo la encantadora diosa le hace entrar, y cómo
queda allí retenido en las cadenas de la pasión por sus encantos, todo esto no es
enteramente pura fantasía. Hay espíritus en el aire, en el agua y en el fuego, y bajo ciertas
condiciones el hombre entra en contacto con ellos.
No mucho quizás en la atmósfera eléctrica de América pero, sobre toda Europa,
particularmente en el Norte, hay extendida una capa de atmósfera mística que ha creado
ciertas condiciones favorables para que los habitantes de aquellas tierras puedan ver a estos
elementales.
La diosa de la belleza, Venus, de la que se habla aquí, es realmente una de las
entidades etéreas que se alimenta de los humos de los deseos bajos, en la satisfacción de los
cuales la fuerza creadora es derrochada en grandes cantidades. Muchos de los espíritus de
control que toman posesión de un médium y le incitan a relajamientos de la moral y otros
abusos que actúan como amantes de sus almas y debilitan seriamente a sus víctimas,
pertenecen a esta misma clase que es en verdad excesivamente peligrosa. Paracelso los
menciona como “incubi” y “succubi”.
En la primera escena de Tannhauser presenciamos un espectáculo de libertinaje en
la cueva de Venus. Tannhauser está arrodillado delante de la diosa que descansa en un
lecho. El despierta como de un sueño, y este sueño le ha causado un vivo deseo de volver
otra vez arriba a la tierra. Lo cuenta a la diosa Venus, la que le contesta:
“¡Qué queja más tonta! ¿Estás cansado de mi amor?. Antes, arriba en la tierra,
gemías de tristeza. Levántate, trovador, coge tu arpa y canta la gloria divina, puesto que el
mayor tesoro del amor, la diosa del amor es tuya.”
Inflamado de nuevo ardor Tannhauser coge el arpa y canta en loor de la diosa:
“Loor a ti; que tu fama no perezca nunca. Cantos de loa mereces a perpetuidad. Tu
dulce bondad me ha procurado mil delicias, y mi arpa sonará mientras florezca mi juventud.
Mis sentidos y mi corazón tenían sed de la dulce alegría del amor y del
placer de la satisfacción, y tú, cuyo amor sólo un dios puede
 medir, tú te entregaste a mí, y yo me baño
en esta gloria. Pero soy mortal. y un amor divino que nunca cambia ha unirse con el mío!
Un dios puede amar sin cesar, pero nosotros los mortales, bajo la ley de la alternativa,
necesitamos un constante cambio de penas y placeres. Estando ahora repleto de
satisfacciones, anhelo otra vez penas y por este motivo ¡oh, reina mía! no puedo
permanecer más tiempo aquí.”
Cuando la humanidad emergió de la Atlántida y entró en el aire de Ariana, el arco
iris apareció por primera vez en el cielo como señal de la nueva era. Entonces se dijo que
mientras este arco estuviese en las nubes, las estaciones no cesarían de cambiar: día y
noche, verano e invierno, marea alta y baja y todas las demás medidas alternantes de la
naturaleza seguirían unas a otras en sucesión continua. En la música puede no haber
siempre armonía; de vez en cuando hay una discordancia para permitir que se aprecie más
la melodía siguiente. Lo mismo sucede con la cuestión de penas y tristezas, de alegría y
satisfacción: también son medidas de alternación. No podemos vivir dentro de la esfera de
una de ellas sin pedir encarecidamente la otra, como tampoco no podríamos permanecer en
el cielo y reunir allí experiencias que sólo se pueden obtener en la tierra. Este anhelo
impetuoso interno, esta oscilación del péndulo de la alegría a la tristeza y viceversa, lo que
empuja a Tannhauser fuera de la cueva de Venus, para que pueda experimentar otra vez la
lucha en este mundo, y pueda ganar la experiencia que sólo los pesares pueden dar, y olvide
los placeres que no le procuran ningún poder del alma. Pero es característico de las fuerzas
inferiores el que siempre traten de ejercer influencia sobre el alma contra la voluntad de
ésta; que siempre empleen toda clase de subterfugios para alejarla del sendero de la rectitud
y así Venus, que es aquí la representación de estas fuerzas, dice en tono de advertencia y
disuasión:
“Tu alma estará pronto sumergida otra vez en el polvo, y tu fiereza sufrirá toda clase
de adversidades; entonces, con el espíritu dolido y el ardor extinto, te esforzarás de nuevo
para sentir mi hechizo.”
Pero Tannhauser sigue firme su propósito. La llamada interna en él es tan fuerte que
nada le puede detener ya y aunque está todavía bajo el hechizo, exclama con gran fervor:
“Mientras yo viva, mi arpa sólo cantará tu belleza: nunca me inspirará un tema de
menor exaltación. Tú fuente de belleza y de sutil gracia, fomentas sin cesar los deseos del
amor con dulcísimos cantos. El fuego que has encendido en mi corazón, arderá allí siempre
para ti como la llama de un altar: y aunque con ánimo triste yo te abandone ahora, siempre
seré tu campeón. Pero tengo que marcharme, deseo vehementemente volver a la vida de la
tierra; si aquí permaneciese quedaría en las condiciones de un esclavo; tengo sed de
libertad, aunque signifique mí muerte. y por eso, ¡oh!, reina mía, huyo de ti.”
Por ende, cuando Tannhauser deja la cueva de Venus, lo hace como campeón y
paladín del lado bajo y sensual del amor y vuelve al mundo para enseñar esta clase de amor,
pues así es la naturaleza de la humanidad: cualquier cosa que sienta el corazón, tiene que
hallar su expresión externa. Conociendo bien el país, dirige en
 seguida sus pasos hacia Wartburg donde algunos
trovadores están siempre con el amo y la señora del castillo, los cuales patrocinan en alto
grado a los trovadores siempre deseosos de oír sus trovas y haciéndoles disfrutar de muchos
favores en cambio.
En su camino, Tannhauser encuentra a un grupo de trovadores que están paseando
por el bosque, y éstos, antiguos amigos suyos, están sorprendidos de no haberle visto desde
hace tanto tiempo. Le preguntan dónde ha estado, pero tannhauser, sabiendo que existe una
aversión general contra los que están con las fuerzas elementales inferiores de la naturaleza,
oculta los detalles de su vida durante el período de su ausencia dando una contestación
evasiva. Entonces los trovadores le cuentan que había un torneo de canto en el castillo y le
invitan a que asista con ellos.
Al enterarse que el asunto del concurso de canto va a ser el amor, y que el premio
será entregado al vencedor por la mano de la bella hija del señor del castillo, Elisabeth (la
misma que Tannhauser había amado tan ardientemente y que inflamó tanto su alma que fue
la causa que le empujó a la cueva de Venus), él espera, por el ardor que le inspira, poder
inducir a la hermosa doncella a escuchar su lamento. Como siempre cosechamos penas
cada vez que obramos contra las leyes del progreso, Tannhausr, por este acto, echa la
simiente que más tarde le hará cosechar las penas que él anhelaba en la cueva de Venus.
 
 
Max Heindel – Misterios de las Grandes Óperas
 

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