Se estima que hace más de 4.500 años unos ojos no se han posado sobre la cámara secreta de la Gran Pirámide, ese lugar tan recóndito como misterioso.
Ha sido un pequeño robot, el usado para estos menesteres – controlado remotamente – el que ha roto el olvido, o si se prefiere esa ensoñación. Este robot, dotado de una cámara, ha sido introducido desde la denominada Cámara de la Reina por un angosto conducto de unos 63 metros de longitud. En sus viajes de exploración en lo que es el corazón de esta mole (146 metros de alto, más de dos millones de bloques de piedra), ha descubierto una serie de marcas sitas en el suelo de este estrecho conducto de ventilación que – para el que no recuerde – se hallaba sellado por medio de una losa. De ahí que se defina como “cámara” en lugar de conducto.
Las imágenes filmadas por el artefacto han revelado unas marcas en el suelo cuyo origen, significado y función se desconocen por el momento. El equipo de arqueólogos que investiga sobre el tema aún no encuentran una explicación plausible para dichas señales o, yendo más lejos, sobre la ocultación de las mismas durante milenios.
Pero ahí no queda la cosa, no. Resulta que en el túnel – de apenas 20×20 centímetros – presenta esas marcas rojizas en la piedra así como unas pequeñas piezas de metal en medio de dos bloques que impiden el acceso a través del mismo. Otra puerta más.
No se me ocurre que finalidad puede tener el sellar un conducto de ventilación con una serie de tranqueras (de momento dos), a no ser que dentro se oculte algo que deba ser guardado.
Hipótesis hay muchas, de muchos colores y de muchos sabores, pero si se me pregunta diré que, en mi opinión, es algo así como una especie de prueba para acceder a lo que exista tras estos impedimentos. Una prueba que dado lo evidente de su estrechez implicaría cierto dominio técnico por parte de los intrusos.
A este respecto sólo puedo especular, quedando esperar los resultados de los científicos implicados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario