miércoles, 18 de mayo de 2011

EL MUNDO ES MENTAL

EL MUNDO ES MENTAL

bueno una reflexion de mi viejo amigo rosacruz  fransisco nacher

 
- ¡Qué complicado es el mundo! ¿Verdad?
- Depende de cómo lo mires.
- Pero, ¿de cuántas maneras se puede mirar?
- En realidad, de tantas como personas lo habitan.
- ¡No me digas! ¿De dónde has sacado esa afirmación tan original?
- De mi mente, como es lógico.
- O sea, que cada uno ve el mundo de una manera distinta, pero todos
vivimos a la vez en el mismo mundo, ¿no?
- Sí, claro. Lo que pasa es que, si bien vivimos todos en el mismo
mundo, no lo interpretamos todos igual y eso hace que cada cual, sin
saberlo, viva en el que él ha interpretado.
- ¿Y cómo has llegado a esa conclusión?
- Pensando, meditando sobre el tema. ¿Tú no lo has hecho nunca, en
serio?
- Nunca. Ni en serio ni en broma. ¿Para qué? El mundo está ahí y tú
y yo y todos estamos en él. No hace falta pensar. Sólo hace falta abrir los
ojos y mirar a nuestro alrededor y escuchar los pájaros y sentir la caricia de
los rayos del sol y oler las flores y degustar las frutas y acariciar al perro
y…
- Vale, vale, vale…. Tienes razón. Pero empecemos por el principio:
Has hablado de abrir los ojos y mirar, de escuchar los cantos de los
pájaros, de oler las flores, etc., ¿no?
- Sí.
- Pues bien, ése va a ser el principio: Cierra los ojos e imagina que no
tienes vista ni oído ni olfato ni gusto ni tacto. Y dime qué noticia tendrías
del mundo.
- Bueno. Si hago lo que dices…no percibiría nada del mundo.
- ¿Absolutamente nada?
- Absolutamente nada.
- Eso quiere decir que todo lo que sabes del mundo – y al decir “el
mundo”, incluyo todo lo que en él hay, sean personas, animales, vegetales,
minerales, aire, estrellas, etc. – lo sabes gracias a tus cinco sentidos. ¿Estás
de acuerdo?
- Aunque nunca había pensado en ello, es innegable. Sin los cinco
sentidos, no tendría la menor noticia del mundo que me rodea ni de lo que
contiene.
- Muy bien, pues sigamos reflexionando: Si tú miras el paisaje y lo
ves, ¿qué ocurre? ¿Qué el paisaje se mete en tu ojo?
- ¡Hombre, no!
- Entonces, ¿qué mecanismo utilizas para verlo?
- Supongo que mi nervio óptico percibe luces, sombras, colores, en
fin, una serie de vibraciones.
- ¿Y qué pasa con ellas?
- Que las lleva al cerebro y éste las descodifica.
- ¿Y cómo lo hace? Porque tú sabes que, para descodificar algo hay
que tener una referencia, una clave, ¿no?
- Sí.
- ¿Cómo sabe, pues, tu cerebro que lo que ha visto es, por ejemplo,
un árbol, un caballo y una montaña? Porque lo que el cerebro te dice que
estás viendo es eso: un árbol, un caballo y una montaña.
- Sí, claro. Pero no sé en qué se puede basar para presentarme en mi
pizarra visual un árbol, un caballo y una montaña y no un automóvil, una
mesa y un avión, por ejemplo.
- Si tu ojo percibiera ahora, por primera vez, las vibraciones de un
árbol, sin haber visto antes ninguno, ¿crees tú que sabría lo que era?
- No. Lógicamente no. Sólo sabría que eran vibraciones pero, como
ignoraría lo que representaban, no sabría cómo traducirlas.
- ¿Te parece lógico que esas traducciones las haga siempre el cerebro
(la mente) en base a su propia memoria?
- ¿A qué memoria?
- A la que viene creando y almacenando desde que naciste. Porque,
cuando eras niño, - ya sabes que los niños son como esponjas que lo
absorben todo - te dijeron y te enseñaron, mientras aprendías a hablar y a
andar y a leer, y lo viste en las ilustraciones de los libros y en las películas
y en lo que los demás niños dibujaban y nombraban, etc., que esas
vibraciones eran un árbol o un caballo o una montaña. Y tu cerebro lo
aceptó, lo hizo propio y, desde entonces, cuando percibe esas vibraciones,
sabe que son de un árbol, de un caballo o de una montaña y proyecta en tu
pizarra visual esas imágenes y por eso tú crees que estás viendo un árbol,
un caballo o una montaña.
- ¡Claro! ¡Es que no hay otra explicación!
- Pero sigamos.
- ¿Cómo?
- Dándonos cuenta de que, lo mismo que hacemos con el árbol, lo
hacemos con los demás objetos, colores, luces, sonidos, sabores, texturas,
temperaturas, perfumes, y demás vibraciones captadas por los nervios de
nuestros cinco sentidos. Porque siempre se trata de vibraciones, de mayor
o menor frecuencia y mayor o menor longitud de onda, pero vibraciones
que el cerebro traduce, utilizando para ello la memoria derivada de su
propia experiencia, para darte una imagen de ellas, bien como objeto o
persona, bien como música o ruido, bien como calor o frío, bien como
suave o rugoso o abrasivo o dulce o amargo o toda la variedad de
estímulos sensitivos que existen a nuestro alcance y que nos llegan por los
sentidos.
- Es asombroso tener que reconocer que es así. Pero no hay otra
posibilidad.
- Pues sigamos: Si nuestro cerebro no tiene para interpretar lo que
perciben los sentidos nada más que la memoria de lo que ha aprendido a
descodificar anteriormente, como la memoria de cada persona es distinta,
la traducción que cada cerebro haga de cada vibración será también
distinta de la que realicen todos los demás, pues no hay dos vidas iguales
ni dos memorias iguales ni dos experiencias iguales.
- ¿Tú crees que nuestra memoria y nuestras experiencia son tan
distintas de las de los demás?
- Completamente. Y te lo demuestro: Imagina que a un grupo de
gente se le enuncian en voz alta, por ejemplo, las palabras “asiento”,
“madre”, “perro”, “camino” y “bicicleta”, ¿tú crees que todos imaginarán,
que todos verán en su pizarra mental, lo mismo, asociado a cada palabra?
- No. No creo. Porque cada uno “verá” un asiento determinado y a
su propia madre y un perro especial y un camino conocido y una bicicleta
concreta.
- Y, si eso es así, ¿crees posible que, teniendo tan distintas visiones de
lo que las palabras, las mismas para todos, les sugieren, coincidan en sus interpretaciones?
- Es lógico que no.
- Entonces, ¿crees que serán iguales los mundos que todos están
“viendo” gracias a las traducciones que sus respectivos cerebros hacen de esas vibraciones que, sin embargo, son las mismas para todos?
- ¡Es verdad! Cada uno vivirá en “su mundo”, un mundo creado
permanentemente por él, y distinto, necesariamente, de los mundos
creados y habitados por cada uno de todos los demás. ¡Es impresionante,
pero tenías razón! ¡No hay, pues, un mundo físico único para todos, sino un mundo físico para cada uno!
- Pero todos creemos que sí, que el único mundo físico existente, es
el que nosotros percibimos. Y que, por tanto, todos viven en el mismo mundo que nosotros, ¿no?
- Sí, es cierto.
- Demos ahora un paso más: Imagina que un grupo de personas está
viendo una película en la que aparecen escenas de amor, de odio, de
envidia, de resentimiento, de bondad, y de altruismo. ¿Crees que todos sentirán lo mismo?
- No. Está claro. Porque, la experiencia de cada uno intervendrá
también para interpretar cada escena y lo que cada uno sienta será distinto de lo que sientan los demás, aunque la escena haya sido la misma para todos.
- O sea, que cada uno de los presentes creará su propio mundo
emocional, ¿no?
- Absolutamente.
- Sin embargo, creerá que todos los demás viven en el mismo mundo
emocional que él que es, precisamente, el suyo.
- No cabe duda.
- Pues vamos a dar aún otro paso en nuestra investigación:
Imaginemos que al mismo grupo de personas se les da una cuartilla
con una serie de refranes escritos en ella y se les pide que, tras cada refrán escriban sus comentarios al mismo. ¿Crees tú que coincidirán esos comentarios?
- Con toda seguridad, no. Porque cada refrán les habrá hecho buscar
en su propia experiencia algo relacionado con el pensamiento contenido en el y cada uno habrá pensado cosas distintas.
- Hemos llegado, pues, a la conclusión de que las vibraciones, tanto
de las percepciones de los sentidos, como de las emociones, de los
pensamientos y de los actos, tanto propios como ajenos, aunque sean las mismas, nos hacen reaccionar a todos de modo distinto, ¿no?
- Sí.
- Y que, por tanto, cada uno de nosotros, en base a las traducciones
que nuestro cerebro hace de las sensaciones, las emociones, los
pensamientos y los actos propios o ajenos, vamos configurando el mundo en que vivimos. ¿estás de acuerdo?
- Completamente.
- Sigamos, pues, reflexionando: Si todo es interpretación, en base al
contenido de nuestras propias percepciones, de nuestras propias emociones y de nuestros propios pensamientos, o sea, de nuestra propia experiencia,
no cabe duda de que esas interpretaciones del mundo estarán teñidas por lo
que hay, según nuestra propia memoria, en nuestras propias percepciones,
emociones y pensamientos, ¿no?
- Sí. Es lógico.
- O sea que, por ejemplo: Si uno tiene tendencia a apropiarse de lo
ajeno, teñirá todas sus interpretaciones de la conducta ajena con ese
mismo color y verá ladrones por doquier y hará bueno el refrán que nos
recuerda que “cree el ladrón que todos son de su condición”. ¿Estás de
acuerdo?
- Completamente. Es asombroso, pero es incontestable.
- Y el obseso sexual verá en los demás lo que él tiene en su mente, es decir, sexo, provocación, tendencia, búsqueda, satisfacción, dependencia,
obsesión sexual, etc. y les atribuirá a ellos lo que, en realidad, le pertenece sólo a él y - ojo, porque esto es importante - creerá, en todo momento, que está viendo e interpretando ¡”La Verdad”!
- ¡Es cierto!
- Fíjate cómo vamos a parar a la afirmación de aquel filósofo griego,
Parménides - que se dedicó a investigar que podían ser la verdad y el bien - y que afirmaba que “el hombre, cada hombre, es la medida de todas las cosas”. Porque, a la postre, todos acabamos creyendo que estamos en lo cierto cuando, en realidad, estamos sólo en ”nuestra verdad”. Por eso la enigmática promesa de Cristo: “Conoceréis la Verdad y la Verdad os hará
libres”. Porque, una vez convencidos de que lo que nosotros llamamos “el mundo” es, en realidad, sólo “nuestro mundo”, dejaremos de juzgar a los demás y empezaremos a juzgarnos a nosotros mismos a través de las atribuciones de vicios, defectos o tendencias que les hacemos. ¿Está claro?
- Clarísimo. Éste es para mí el mayor descubrimiento de mi vida.
- Y de la mía. Porque, si todos creemos que hay sólo un mundo, y
que es precisamente el que nosotros hemos creado, es fácil de comprender la razón de los desencuentros, de las luchas, las discusiones, las guerras, las diferencias, los fanatismos, las liberalidades, el perdón, el odio, el
resentimiento, el desamor, la intolerancia, la incomprensión, la venganza, y demás actitudes no fraternales.
- Sí. ¡Y todo derivado de la enorme ignorancia del hombre sobre sus
propios mecanismos internos!
- Exacto. El problema es que casi nadie se ha dado cuenta, a pesar de Parménides. Y, entre los que lo han hecho, la mayor parte no lo creen y, si lo creen, no lo tienen presente en sus vidas y, por tanto, no lo utilizan.
- Tienes razón, pero ¿cómo se puede utilizar ese conocimiento?
- Vamos a seguir reflexionando y lo descubriremos: Hemos dicho que la traducción de lo que significan las vibraciones que los nervios de los sentidos perciben, así como las de las emociones y las de los pensamientos y actos, propios o ajenos, la hace nuestro cerebro. Pero el cerebro (la mente) no es más que un instrumento nuestro que empleamos para pensar,
¿no?
- Hombre, de eso no estoy tan seguro.
- Vamos a ver: Si tú quieres pensar, piensas y, si no quieres pensar, no
piensas. Y, si quieres pensar sobre un tema determinado, lo haces, y si no
quieres, no. Pero, como tú no puedes ser, al mismo tiempo, el que manda y
el que obedece, es claro que tú no eres tu cerebro (ni tu mente), sino algo
superior a él, que le da órdenes que él cumple.
- Es innegable.
- También es cierto que lo que pensamos nos afecta, de modo que, si
es bueno, nos alegra, nos beneficia y nos hace sentir mejor pero, si es
malo, nos duele, nos entristece y nos hace desgraciados, ¿no es eso?
- Sí, es cierto.
- Entonces, ¿por qué no usar todo este conocimiento en beneficio
nuestro y de los demás?
- ¿Cómo?
- En cuanto a nosotros, siendo conscientes de que, como acabamos
de ver, creamos nuestro mundo y los demás hacen lo propio creando el
suyo. Y, en cuanto a todos, cambiando la traducción que hace el cerebro.
- ¿Cambiando la traducción?
- Imagina que, por ejemplo, te duele la garganta. Y te sientes mal.
Eso se deberá a que un nervio del sentido de tacto, de tu cuerpo físico, ha
transmitido al cerebro una vibración que éste ha traducido como de dolor.
Si tú aceptas esa interpretación, te seguirá doliendo. Pero, ¿qué ocurrirá si
retraduces esa señal como “¡qué bien se encuentra mi garganta!”?
- No sé…me tienes sorprendido. ¿Qué pasará?
- Lógicamente, que te sentirás mejor. Y, si insistes, se te irán el dolor
y hasta la causa del mismo. Porque tu mundo lo creas tú, no lo olvides. Tú
eres el que manda y, si un día tu cerebro aceptó la orden de los demás para
traducir esas vibraciones como dolor, puedes ahora darle la contraorden de
que las traduzca como bienestar. Y él lo hará. Y eso te permitirá ser el
dueño de tu destino. Lo cual no quiere decir que te niegues por este
sistema a todo lo que no te apetece o no te gusta, sino que serás tú el que
crearás tus propios parámetros para interpretar los estímulos que te lleguen
de exterior y no vivirás creyendo y obedeciendo las interpretaciones ajenas
que heredaste o aprendiste.
- ¿Es posible?
- Claro. Y, si tienes dificultades para aprender algo y te repites,
convencido de que puedes: “¡qué sencillo me resulta aprender esto!”, lo
aprenderás fácilmente. Y, si alguien te resulta antipático y te repites con
afán de retraducir lo existente: “¡qué bien me cae esta persona!” acabarás
apreciándola y la harás cambiar a ella para bien. Porque las emociones y
los pensamientos, como hemos visto, nos influyen, nos configuran, a
nosotros y a los demás, lo mismo que construyen y configuran el mundo.
- Es impresionante, pero es indiscutible.
- Entonces, ¿por qué no vivir en un mundo feliz en vez de en un
mundo desdichado y lleno de problemas? El mundo es lo que nosotros mismos creamos, tanto a nivel individual como a nivel colectivo.
Empecemos, pues, nosotros, a creernos eso, de verdad, y a crear un
mundo mejor. Es fácil, es barato y disponemos del conocimiento y los medios para lograrlo. Intentémoslo, hagamos cada uno nuestro propio mundo lo más acogedor y feliz posible y seamos felices en él, y pronto harán lo mismo nuestros parientes y amigos, y el círculo se irá ampliando, porque el pensamiento es contagioso y es creador y, a medida que la gente se vaya concienciando del arma de que dispone, la utilizará y empezará a ser feliz. Y todo cambiará.
Si todos comenzamos cada jornada diciéndonos, convencidos de
nuestra capacidad creadora: “Qué bien me encuentro y qué bien va el mundo, y qué buena es la gente y qué sanos estamos todos y cómo nos queremos unos a otros y qué hermosa es la vida…” si lo hacemos así, nosotros cambiaremos y seremos dichosos y nos acostumbraremos a ver lo hermoso de la vida y del prójimo, y los media verán y transmitirán sólo buenas noticias y pronosticarán otras mejores, y la gente se levantará cada día con mayor ilusión y más preocupada por los demás y menos por sí misma y más dichosa y desaparecerá el miedo que a todos nos oprime y el mundo no tardará en ser feliz. Es una ley natural. Y las leyes naturales no fallan nunca. Pero somos los humanos, los creadores de mundos, los que hemos de dar el primer paso.
Porque dice la escritura que Dios hizo el mundo en seis días y que el
séptimo descansó. Y descansó porque el séptimo día es el de nuestro turno y somos nosotros los que hemos de terminar la Creación.
                                                                                                            * * *
 

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